7. La casa museo: un pasado piloto

Rimbaud llegó a Harar en diciembre de 1888, tras veinte días a caballo. Se marchó definitivamente en 1891. Como si fueran liras, tensaba los cordones / de mis zapatos rotos, / un pie cerca del corazón. Ninguna de las tres casas donde vivió es la actual Bet Rimbo. Lo sé antes de venir, pero me divierte lo falso de cualquier peregrinaje.

Pienso en La nueva taxidermia, de Mercedes Cebrián. Los museos comparten con la fotografía su batalla perdida contra el tiempo y la extrañeza que produce observar un objeto que es y no es del pasado. Tienen una capacidad de herir que no proviene de los elementos previstos de la escena, sino de ciertos detalles que nos apuntan por azar a lo más íntimo. Un museo recrea una realidad indemne, no dañada por la historia. Hay algo tristemente ilegítimo detrás de todo eso; la reconstrucción tridimensional del recuerdo nace ya falseada. Un museo delata el fracaso de una ambición. Sus vitrinas, sus escenarios fingidos adolecen de un intento de detener, acotar, poner bajo control aquello que nos fascina, que no puede abarcarse y que quisiéramos cazar, hacer nuestro. Como si sólo pudiera comprenderse una realidad detenida.

Bet Rimbo es una falsa casa museo, y eso la hace sincera.