18. Vigilar el miedo

Pasamos la noche en el primer campamento base: una gran explanada con dos chozas redondas para cocinar. Aquí descansan varios guías, porteadores y scouts. Instalamos nuestra tienda de campaña. Unos metros más arriba, una misteriosa carpa de Decathlon parece resistir mejor que la nuestra los embates del viento. Dereje nos recomienda poner todo bajo resguardo. Se avecina una tormenta.

Trasladamos la tienda montada al interior de la choza donde descansan Aiele, Dereje y varios compañeros suyos que no conocemos. Bajo la mirada vigilante de todos, cocemos un paquete de pasta. Nadie ha traído agua ni comida. Dentro de la choza, somos las únicas que superan los cincuenta kilos. Repartimos los frutos secos, repartimos la pasta. Cada vez que salimos de la choza desaparece una chocolatina. Los envoltorios permanecen en el suelo como la piel de una serpiente.

Después de la tormenta, empiezan a bajar las temperaturas. Dereje enciende una hoguera dentro de la choza porque no hay puerta ni ventanas que cerrar. Las hienas ríen a lo lejos. Alrededor de la hoguera, los hombres guardan silencio y escuchan la radio con un móvil. El más joven lo sostiene en alto, dibujando con su sombra una estatua de la libertad. Dentro de los sacos de dormir que hay dentro de la carpa que hay dentro de la choza, los escuchamos atender. R se duerme y yo vigilo mi inquietud. Nuestros compañeros de choza se envuelven con sus mantas hasta la coronilla y se tumban sobre el cemento. Parecen gusanos de seda.