16. David Attenborough II

Tras horas de viaje en otra furgoneta, con veinte pasajeros, tres gallinas y un conductor tirando a amable, llegamos a un pueblo de montaña a los pies del Simien National Park. Decir de montaña en un país cuya altura media ronda los dos mil metros es apuntar muy alto. La ropa que traigo -descubro- resultaría muy adecuada para caminar por la sabana, pero el Serengueti sigue en Tanzania y yo me estoy muriendo de frío. Como no hay dónde comprar un anorak, alquilo una manta de lana con la que me envuelvo al estilo etíope. Mi look guiri da un giro esperpéntico. Se ha ido la luz en toda la región. Nos movemos por el hotel con dos linternas de minero en la cabeza.

Para entrar en las Simien Mountains es obligatorio contratar un scout y un guía en las oficinas públicas del parque. Un scout no es, en este sitio, un explorador con pantalones cortos que combina las actividades al aire libre y la asistencia social: es un miembro armado de las milicias locales. El miliciano que nos han asignado se llama Aiele. Lleva un chandal de tres colores, un rifle del siglo XIX y la manta de rigor. El nombre del guía es Dereje, pero tardamos en sonsacárselo porque se empeña en presentarse como David. Dereje es el nombre que ponen en Etiopía a los niños que nacen para compensar la muerte prematura de un hermano: significa sustituto.

Cuando tenía quince años -nos cuenta Dereje- conoció al que terminaría convirtiéndose en su hombre modelo: un divulgador televisivo de la ciencia llamado, ni más ni menos, que David Attenborough. Dereje era entonces un guía sin licencia, pero fue a él a quien escogió el carismático científico para acompañarlo durante el año que pasó en las Simien rodando un documental. De aquella intensa y breve amistad, Dereje conserva su seudónimo, un amor sin límites por el progreso y un inglés admirable. Aunque acaba de cumplir treinta años, David Attenborough II aparenta cuarenta y cinco. Es, como él mismo dice, un saco de huesos. Tiene una sola muda de ropa y le cuelga la suela de las zapatillas. Después de orinar entre los matojos, me pide mi gel antibacteriano.