10. Fingir el Islam

Hot Spicy nos lleva a un poblado alejado de Harar: vamos a conocer a los argoba. Llevamos puesta música reggae, bastante popular en la zona porque los muy frikis de los jamaicanos adoptaron como divinidad al último emperador de Etiopía, Hailie Selassie o Tafari Makonnen, al que solía anteponérsele el título honorario de Ras (jefe). Murió el mismo año que el Derg comunista dio un golpe de Estado, en 1975. Los rastafaris, que visten los colores de la bandera etíope y aspiran al misticismo, consideran a Hailie Selassie como creador de toda creación, Cristo encarnado o simplemente Jah (Dios). Con lo fácil que es drogarse sin justificaciones.

El poblado de los argoba es un conjunto de chozas construidas como hace cinco siglos y el lugar más pobre que he visto en mi vida. Me siento incómoda en cuanto bajo del coche. Nos rodean los niños. Están más sucios que el propio suelo. Hot Spicy ha comprado caramelos porque no podemos dar dinero a todos. ¿No podemos? Agarran los caramelos, pero nos miran con sarcasmo. Quiero salir de aquí, volver a Harar, volver a mi casa. Alguien nos anuncia que en el pueblo es día de boda. Sí tenemos dinero para los novios.

La novia yace en el interior de una choza, rodeada por las mujeres del pueblo. Ni rastro de los hombres porque celebran aparte. Los rituales de casamiento duran -nos dicen- una semana. Me pregunto si ya habrán tenido noche de bodas. Por la cara de la chica pienso que sí y que no ha sido, además, una gran experiencia. Me acuerdo de que a ocho de cada diez mujeres que estoy mirando les han amputado el clítoris y tal vez los labios menores.

La madre de la novia nos pide que la acompañemos. Vamos con el pelo cubierto y creen que somos, como ellas, musulmanas. No lo desmentimos. En un país de mayoría cristiana, ser de una religión minoritaria genera mucha complicidad. Nos ponen un matojo de arbusto en la cabeza y nos invitan al festín: una infusión en una taza de barro sucia y una intrigante injiera cuyo único relleno es un centímetro cuadrado de picante. Negro. En este momento se cortocircuitan en mí dos lecciones de mi madre: bajo ningún concepto comas algo cuya higiene no te convenza; sé agradecida. Yo utilizo agua mineral hasta para lavarme los dientes y, aún así, he sufrido estos días la destrucción de mi flora intestinal. La esperanza de vida en Etiopía es de 48 años. Si te ofrecen comida infecta, te la comes. Si te ofrecen un perro muerto, te lo comes. Si te ofrecen un pedazo de mierda, vas y te lo comes. Las argoba rezan por nosotras.